Las principales causas del delito

Por César Ortíz Anderson

A tres grandes categorías de causas se deben esos actos antisociales llamados delitos. Son causas sociales, fisiológicas y físicas. Empezaré por las últimas. Son las menos conocidas, pero su influencia es indiscutible.

1. Causas físicas

Si observamos que un amigo hecha al correo una carta olvidándose poner la dirección, decimos que es un accidente, que es algo imprevisto. Estos accidentes, estos acontecimientos inesperados, se producen en las sociedades humanas con la misma regularidad que los que pueden prevenirse. El número de cartas sin dirección que se envían por correo continúa siendo importante año tras año. Este número puede variar de un año tras otro, pero muy levemente. Aquí tenemos un factor tan caprichoso como la distracción. Sin embargo, este factor está sometido a leyes igual de rigurosas que las que gobiernan los movimientos de los planetas.

Y lo mismo sucede con el número de delitos que se cometen al año. Con las estadísticas de años anteriores en la mano, cualquiera puede predecir con antelación, con sorprendente exactitud, el número aproximado de asesinatos que se cometerán en el curso del año en cada país Europeo.
La influencia de las causas físicas sobre nuestras acciones aun no ha sido, ni mucho menos, plenamente estudiada. Se sabe, sin embargo, que predominan los actos de violencia en el verano, mientras que en el invierno adquieren prioridad los actos contra la propiedad. Si examinamos los gráficos obtenidos por el profesor Enrico Ferri y observamos que el gráfico de actos de violencia sube y baja con el de temperatura, nos impresiona profundamente la similitud de los dos y comprendemos hasta que punto el hombre es una máquina. El hombre que tanto se afana de su voluntad libre, depende de la temperatura, los vientos y las lluvias tantos como cualquier otro organismo. ¿Quién pondrá en duda estas influencias?

Cuando el tiempo es bueno y es buena la cosecha, y cuando los hombres se sienten a gusto, es mucho menos probable que de pequeñas disputas resulten puñaladas. Si el tiempo es malo y la cosecha pobre, los hombres se vuelven irritables y sus disputas adquieren carácter mas violento.

2. Causas fisiológicas

Las causas fisiológicas, las que dependen de la estructura del cerebro, órganos digestivos y sistema nervioso, son sin duda más importantes que las causas físicas. La influencia de capacidades heredadas, así como de la estructura física sobre nuestros actos, han sido objeto de tan profunda investigación que podemos formarnos una idea bastante correcta de su importancia.
Si nos sometiésemos todos a un riguroso análisis, veríamos que a veces pasan por nuestra mente, rápidos como centellas, los gérmenes de ideas que son los fundamentos de las malas acciones. Rechazamos estas ideas, pero si hubiesen hallado un eco favorable en nuestras circunstancias o si otros sentimientos, como el amor, la piedad o la fraternidad, no hubiesen contrarrestado estas chispas de pensamientos egoístas y brutales, habrían acabado llevándonos a una mala acción.

En suma, las causas fisiológicas juegan un papel importante en arrastrar a los hombres a la cárcel, pero no son las causas de la "criminalidad" propiamente dicha. Estas afecciones de la mente, el sistema cerebro-espinal, etc., podemos verlas en estado incipiente en todos nosotros. La inmensa mayoría padecemos alguno de esos males. Pero no llevan a la persona a cometer un acto antisocial a menos que circunstancias externas les den una inclinación mórbida.

3. Causas sociales

Si las causas físicas tienen tan vigorosa influencia en nuestras acciones, si nuestra fisiología es tan a menudo causa de los actos antisociales que cometemos, ¡cuanto más poderosas son las causas sociales! Las mentes más avanzadas e inteligentes de nuestra época proclaman que es la sociedad en su conjunto la responsable de los actos antisociales que se cometen en ella. Igual que participamos de la gloria de nuestros héroes y genios, compartimos los actos de nuestros asesinos.

Nosotros les hicimos lo que son, a unos y otros.

Año tras año crecen miles de niños en medio de la basura moral y material de nuestras grandes ciudades, entre una población desmoralizada por una vida mísera y donde la violencia es pan de cada día. Estos niños no conocen un verdadero hogar. Su casa carece de los servicios básicos. Crecen sin salida decente para sus jóvenes energías.

Cuando vemos a la población infantil de las grandes ciudades crecer de ese modo, no podemos evitar asombrarnos de que tan pocos de ellos se conviertan en salteadores de caminos y en asesinos. Lo que me sorprende es la profundidad de los sentimientos sociales entre el género humano, la cálida fraternidad que se desarrolla hasta en los barrios mas pobres. Sin ella, el número de los que declarasen guerra abierta a la sociedad sería aun mayor. Sin esta amistad, esta aversión a la violencia no quedaría en pie ninguno de nuestros suntuosos palacios urbanos.

Y al otro lado de la escala, ¿qué ve el niño que crece en las calles? Lujo, banal e insensato, tiendas elegantes, material de lectura dedicado a exhibir la riqueza, ese culto al dinero que crea la sed de riqueza, el deseo de vivir a expensas de otros.

El lema es: "Hazte rico. Destruye cuanto se interponga en tu camino y hazlo por cualquier medio, salvo los que puedan llevarte a la cárcel". Se desprecia hasta tal punto el trabajo manual, que nuestras clases dominantes prefieren dedicarse a la gimnasia que realizar una labor que dicen no está a su nivel. Una mano callosa se considera signo de inferioridad y un vestido de seda, de superioridad.
La sociedad misma crea diariamente estos individuos incapaces de llevar una vida de trabajo honesto y llenos de impulsos antisociales. Les glorifica cuando sus delitos se ven coronados del éxito financiero. Les envía a la cárcel cuando no tienen "éxito". No servirán ya de nada cárceles, verdugos y jueces cuando la revolución social haya cambiado por completo las relaciones entre capital y trabajo, cuando no haya ociosos, cuando todos puedan trabajar según su inclinación por el bien común, cuando se enseñé a todos los niños a trabajar con sus propias manos al mismo tiempo que su inteligencia y su espíritu, al ser cultivados adecuadamente, alcanzan un desarrollo normal.

El hombre es resultado del medio en que se cría y en que pasa su vida. Si se le acostumbra a trabajar desde la niñez, a considerarse parte del conjunto social, a comprender que no puede hacer daño a otros sin sentir al fin él mismo las consecuencias, habrá menos infracciones de las leyes morales. Las dos terceras partes de los actos que hoy se condenan cómo delitos, son actos contra la propiedad. . En cuanto a los actos de violencia contra las personas, disminuirán cuando ataquemos las causas en forma paralela a  los efectos.

Más causas del delito

Falta de presencia policial, violencia familiar, marginalidad, drogas, alcohol, armas de fuego ilegal, corrupción, impunidad, pobreza, ignorancia, legislación inadecuada, y podría seguir enumerando ya que  la problemática es multifactorial.

Se puede hacer una lista interminable y cierta de causas, que por su extensión y complejidad hace imposible removerlas todas, por lo que no conduce a ninguna parte, discutirlo. Es preciso distinguirlas y jerarquizarlas, palabras que muchos han eliminado de su léxico, para no entrar en conflicto con sus ideologías, de allí su imposibilidad de entender la cuestión.

A la cabeza está la tendencia natural a delinquir del ser humano. Entiéndase, no digo cualquier delito, sino a la violación de la ley en provecho propio. Desde el niño que le quita un juguete a otro casi siempre utilizando la violencia e intimidación, hasta el respetable adulto que vacía y quiebra una empresa, o el vándalo que mata para robar o por el puro placer de dañar.

En todos los casos la impunidad es la puerta por la que se pasa de la tendencia a la acción, dando rienda suelta a los más bajos instintos. “La ocasión hace al ladrón” y el no ser descubierto y castigado anima al más temeroso o indeciso. Sin frenos morales, sociales o penales, volvemos a la ley de la selva. Todo lo demás es retórica para no hacer nada.

En tanto no se acepte que lo afirmado es lo que es, una verdad inobjetable, será imposible reducir el delito y la violencia que genera, a dimensiones compatibles con una sociedad medianamente organizada. La utopía de eliminar el delito como la de eliminar la pobreza son discursos demagógicos de cumplimiento imposible. Forman parte de la naturaleza humana que no puede ser recreada. El transgredir y sacar ventaja por encima de la norma, como el esforzarse para mejorar su situación económica o dejarse estar, es la causa del delito y la desigualdad económica, que son las consecuencias de esas claras tendencias naturales.

Si la seguridad ciudadana está en crisis, la primera medida urgente es reprimir y aislar a los delincuentes avezados. La “resocialización” es cuestión posterior, de mediano y  largo plazo y por cierto de  resultados inciertos, desde las experiencias en los sótanos de la KGB en Lubyanka o los campos de Siberia. Con ese argumento se justifican hoy reducciones de penas, libertades por buena conducta. En mi opinión frente a delitos graves o reincidentes no deberían existir beneficios penitenciarios. Si la sanción es la pérdida de la libertad y los derechos civiles, suspenderla condicionalmente con cualquier excusa es el principio de la impunidad, además los Magistrados deberían realizar condenas con las máximas penas frente a delitos graves.

Se ha instalado el sofisma que las cárceles no son para castigo de los condenados y es cierto, no corresponde el maltrato, las cárceles son para hacer posible la sanción penal de la pérdida de la libertad. Quizás una sutileza semántica o bizantinismo puro, entre pena, sanción y castigo, que nadie confunde, pero se interpreta siempre como no corresponde, además en nuestro actual sistema penitenciario es imposible lograr la readaptación del interno, al contrario los penales son hoy escuelas del delito y donde incluso desde allí se opera y recicla el delito.

Finalmente, la receta es que no hay receta, el Gobierno entrante tendrá que tener la voluntad política, para realizar las reformas y cambios que sean necesarios para de allí poder aplicar estrategias integrales y articuladas con un solo objetivo: reducir el número y frecuencia de los delitos que hoy nos inquietan y atemorizan.

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